martes, 14 de diciembre de 2010

Gamberradas


Las once y veintitrés minutos de la mañana y yo, tarde como siempre, corro a la estación con la mochila contándome las zancadas contra la espalda. Por suerte veo el último vagón terminando de pararse desde la calle y galopo escaleras abajo.
Salto al interior del tren y el sabor a sangre de la carrera se concentra debajo de mi lengua al desplomarme en el pasillo. Busco un asiento vacío tras incorporarme y enseguida lo localizo. Delante de él, tres punkarras charlan de pie y antes de sentarme les pregunto si quiere hacerlo alguno de ellos. Tras la negativa me fundo sobre la tapicería y empiezo a deshacerme del abrigo y la bufanda del Barça que llevo a todas partes. Se me ha pasado la congelación del sprint y me derrito en sudor y sofoco.
Entonces la veo. En el asiento de enfrente, una chica que parece tener la misma edad que yo, se prepara para el bloqueo sensorial. Guantes de hilo negro revelan sus dedos helados que, con torpeza, desenredan unos auriculares. Sigo con la mirada el cable hasta su bolso, de donde saca una videoconsola portátil. Con un pellizco la enciende, apagando el resto del mundo y así desaparece.
Por un instante, su cabeza gacha sumergida en el mundo de Tron sale a la superficie a tomar aire y sus ojos pausan la cháchara de cuatro filas de asientos. ¡Hay tanto en esos ojos! Una lumbre que enternece, y una tristeza seria que casi distrae de lo que estamos viendo. ¡Qué facciones! ¡Qué hechura! Sin duda una confección imposible.
Y cuando ella se zambulle de nuevo en su mundo, el personal vuelve de a poco a sus libros, sus móviles y su turismo de ventana. Los punkarras, sin inmutarse, siguen a lo suyo, ajenos al resto; ajenos a ella.
Al rato me cuelo en su conversación y en un salto de cabeza al ‘bathos’ compartimos estupideces hasta llegar a la universidad.
Deceleramos y me levanto; ella hace lo mismo, despertando de su sopor. Entonces sucede.
El punkarra más alto y más comprometido con su ‘look’ la ve caminar hacia la puerta y sin pensarlo un segundo se le acerca con una expresión de lo más natural en la cara. A escasos centímetros de ella, rodeado de viajeros expectantes, empieza a chistar.
-¡Ey, señorita! –ella no reacciona –¡Señorita! –y él le roza el hombro. Ella se quita los auriculares y mira hacia arriba. Con aire severo contesta:
-¿Qué?
Él señala al suelo y le dice:
-Se le ha caído la sonrisa.
El instinto hace que mire al suelo y, cuando se frena para devolver la mirada del extraño, vuelve el instinto para cambiarle el semblante, dibujando una pequeña sonrisa. Él le acaricia la barbilla diciendo:
-Ahí está.
Le desea un buen día y se da la vuelta para seguir hablando con sus amigos sin tener la más mínima idea de la cantidad de sonrisas que se acaban de recoger en el suelo de ese vagón. Sonrisas sinceras y contagiosas que durante una mañana, reverberan por todo el campus.


Sonríe.


*Hey, Miss! Miss! You dropped your smile...

...there it is!

lunes, 13 de diciembre de 2010

De no hacer nada por quererlo todo

Me dice que el momento es del que encara

y me digo "para, analiza, suspende el segundo,

amortiza el instante, respira profundo

y sufre o disfruta hasta tenerlo en la palma“.

Y con calma subordinante, llenando la estancia

con pura arrogancia, con plomo, con fuego,

locura, malicia y el ego más frío contesto:

"protesto, el momento es mío“.

mío es hoy, mío fue ayer

mío mañana, mío anochecer

míos tus ojos, mía tu boca,

mías tus manos, mío lo que tocan.

¡mío!

míos el mundo y el universo

mías las letras y mío este verso

¡mío todo y mío nada!

porque no sé lo que quiero.

mío no saber, sólo respirar

mío empezar desde cero.

¡Repara! y le veo coger aliento

y en sus ojos la victoria:

me ha robado mi momento, sí,

y aún me quedan más instantes

infinitos todos pero, tan, tan insignificantes.