lunes, 31 de enero de 2011

Alrededor

Como quien ha perdido un miembro y siente molestias donde éste solía estar, siento yo la tragedia inexplicable de algo que nunca ha estado ahí.

Me duele respirar, no en un sentido físico, sino más bien en el mismo modo en que la cabeza da guerra después de mucho pensar.

Yo, tan ateo como el que más, sufro achaques de una culpa católica abstracta; una necesidad de “peros”. Soy feliz “pero” tan, tan infeliz a la vez…

No vivo por pensar en qué pasará si no vivo el momento, y cuando lo hago, me taladra la idea de poder haber hecho algo distinto: mejor.

Definitivamente, no me puedo quedar solo, porque cuando estoy solo, pienso, y cuando pienso, me castigo. La culpa es sólo mía por no ocupar cada minuto, distrayéndome del insoportable barullo que montan los engranajes de mi cabeza cuando me rodea el silencio. Así que le he escrito lo que viene a continuación a ese ruido. A mi alrededor y a mis ganas de vivir los días de fiesta, manteniéndome ocupado el resto del tiempo:

Callas,

y el silencio me hace trizas la mente.

A falta de tiza arañas, quietud macarra

en mi pizarra garabatos; marañas.

¿Será que me faltan agallas para ir de frente?

Busco el ruido, bosquejos de genialidad,

barullo, actividad, música y reflejos

de lo que ya fuimos antes o seremos un día,

repetitivos, ignorantes, pura cacofonía,

jóvenes, viejos, triste alegría del no querer saber

porque es viernes o sábado y encima: festivo.

Y hoy no me he lavado ni llevo el abrigo

porque me da igual resfriarme y dolerme

de lunes a jueves, que es un mero trámite.

Mi corazón late, sí; respiro también pero,

¿qué más da, si batallo inerme, automático,

apático, estático, mo-no-cro-má-ti-co,

y prefiero no verme hasta el fin de semana?

“De nuevo en la brecha” que toca vivir,

a obrar nuestra fecha…

Pero nunca en silencio. No calles. No quiero.

Porque cuando callas me dueles, Alrededor,

mi tiempo libre, mi acosador, mi mente.

Mi carcelero ausente.